Tenía defectos, pero ¿qué importa eso cuando se trata de asuntos del
corazón? Amamos lo que amamos. La razón no entra en juego. En muchos aspectos,
el amor más intenso es el amor más verdadero. Cualquiera puede amar algo por
algún motivo. Eso es tan fácil como meterse un penique en el bolsillo. Pero
amar algo a pesar de algo es otra cosa. Conocer los defectos y amarlos también.
Eso es inusual, puro y perfecto.
No sabes cómo se parecen la arrogancia y la seguridad a simple
vista.
La música siempre ha sido el mejor remedio para mis bajones de
ánimo.
Eran unos amigos excelentes. Esa clase de amigos con que todo el
mundo sueña pero que nadie merece, y yo menos que nadie.
– El mundo necesita a gente como tú – dijo en un tono de voz que me
indicaba que se estaba poniendo filosófico. – Resuelves las cosas. No siempre
de la mejor manera, ni de la manera más sensata, pero las resuelves.
– Tú nunca haces nada de la forma más fácil, ¿verdad? – me preguntó.
- Ah, pero ¿hay una forma fácil?
Los estudiantes intentaban aprender. Y los maestros intentaban
enseñar. Y a veces lo conseguían.
– Es un regalo – contestó Kvothe.
- ¿Acaso crees que eso es lo que
buscó? – preguntó Cronista, asombrado. - ¿La fama?
- No, la fama no –
respodió Kvothe con gravedad. – Perspectiva. Vas por ahí escarbando en la vida
de las personas. Oyes rumores y hurgas en la dolorosa verdad que subyace a las
bonitas mentiras. Crees que tienes derecho a hacerlo. Pero no lo tienes. – Miró
con dureza al escribano. – Cuando alguien te cuenta un trozo de su vida, te
está haciendo un regalo, y no dándote lo que te debe.
A veces, no encontrar nada equivale a encontrar algo.
– No me hables como si fuera un crío.
- Pues entonces, compórtese
como un hombre.
Normalmente nunca abordaría así a una mujer, pero no he podido
evitar fijarme en que tiene usted los ojos de una dama de la que una vez estuve
locamente enamorado.
– Pero creo que no me amaba, porque me atrapó con una sonrisa
adorable y luego desapareció sin decir palabra. Como el rocío bajo la débil luz
del amanecer.
- Como un sueño al despertar – añadió Denna con una
sonrisa.
- Como una doncella feérica
deslizándose entre los árboles.
Denna se quedó callada un momento.
- Esa
mujer debía ser verdaderamente maravillosa para enamorarlo tanto – dijo
entonces mirándome con seriedad.
- Era incomparable.
Porque sin esperanza, ¿qué nos queda?
Es difícil ansiar algo que ya tenemos.
Seguimos un rato callados, disfrutando de un silencio agradable. Yo
quería decir algo. Quería decir que no me importaba, pero habría mentido.
Quería decirle que lo único que de verdad me importaba era que regresara, pero
temía que eso fuera demasiado cierto.
Siempre he preferido las noches sin luna. A oscuras es más fácil
hablar. Es más fácil ser uno mismo.
Hay un montón de hombres que no se proponen otra cosa que tumbarme.
Y solo hay uno que intenta todo lo contrario. Asegurarse de que tengo los pies
firmes en el suelo, para que no me caiga.
– Era más emocionante cuando no sabía que tenía permiso – admitió
con un deje de decepción en la voz.
- Sí, suele ocurrir – coincidí.
En su Teofanía, Teccam habla de los secretos y los llama “tesoros
dolorosos de la mente”. Explica que lo que la mayoría de la gente considera
secretos no lo son en realidad. Los misterios, por ejemplo, no son secretos.
Tampoco lo son los hechos poco conocidos ni las verdades olvidadas. Un secreto,
explica Teccam, es un conocimiento cierto activamente ocultado.
Existen dos tipos de secretos. Hay secretos de la boca y secretos
del corazón.
La mayoría de los secretos son secretos de la boca. Chismes
compartidos y pequeños escándalos susurrados. Esos secretos ansían liberarse
por el mundo. Un secreto de la boca es como una china metida en la bota. Al
principio apenas la notas. Luego se vuelve molesta, y al final, insoportable.
Los secretos de la boca crecen cuanto más los guardas, y se hinchan hasta
presionar contra tus labios. Luchan para que los liberes.
Los secretos del
corazón son diferentes. Son íntimos y dolorosos, y queremos, ante todo,
escondérselos al mundo. No se hinchan ni presionan buscando una salida. Moran
en el corazón, y cuanto más se los guarda, más pesados se vuelven.
Teccam
sostiene que es mejor tener la boca llena de veneno que un secreto del corazón.
Cualquier idiota sabe escupir el veneno, dice, pero nosotros guardamos esos
tesoros dolorosos. Tragamos para contenerlos todos los días, obligándolos a
permanecer en lo más profundo de nosotros. Allí se quedan, volviéndose cada vez
más pesados, enconándose. Con el tiempo, no pueden evitar aplastar el corazón
que los contiene.
Por muy atractiva que parezca una cosa, tienes que valorar los
riesgos que corres. Cuánto lo deseas, cuánto estás dispuesto a quemarte.
– Las preguntas que no podemos contestar son las que más nos
enseñan. Nos enseñan a pensar. Si le das a alguien una respuesta, lo único que
obtiene es cierta información. Pero si le das una pregunta, él buscará sus
propias respuestas.
Extendí mi manta en el suelo y doble la raída capa del
caldero para envolverme en ella.
- Así, cuando encuentre las respuestas, las
valorará más. Cuanto más difícil es la pregunta, más difícil es la búsqueda.
Cuánto más difícil es la búsqueda, más aprendemos.
No hay nada que soporte menos que hacer algo mal.
Mientras tuviera mi música, ninguna carga parecía insoportable.
Solo un necio se preocupa por lo que no puede controlar.
Un hombre sabio contempla con temor la noche sin luna.
En total adquirí unas pocas frases y una buena dosis de humildad.
Ambas cosas me parecieron útiles.
El exceso de dulzura me empalaga. Igual que la ignorancia
intencionada.
– Pero ese es el precio que pagas por la civilización.
- ¿Qué
precio? – pregunté.
- La arrogancia – contestó el Cthaeh. – Das por hecho que
lo sabes todo.
Estuve a punto de retroceder para darle un último beso, para decirle
un último adiós.
Pero sabía que si retrocedía no sería capaz de marcharme
otra vez. No sé como lo hice, pero seguí caminando.
Diré, en mi defensa, que habría podido prescindir por completo de la
verdad y haberles contado una historia
mucho mejor. Las mentiras son más fáciles, y casi siempre tienen más sentido.
Si lo pensáis en términos musicales, es más fácil entenderlo. A
veces un hombre disfruta oyendo una sinfonía. Otras le apetece más una giga.
Con el amor pasa lo mismo. Cierto tipo de amor resulta adecuado para los
mullidos almohadones de una claro crepuscular. Otro resulta natural en el
desorden de las sábanas de una cama estrecha en el último piso de una posada.
Cada mujer es como un instrumento, y espera que la entiendan, la amen y la
toquen con delicadeza, para por fin hacer sonar su verdadera música.
Habrá
quien se ofenda con esta manera de verlas cosas, si no entiende cómo concibe la
música un artista de troupe. Habrá quien piense que degrado a las mujeres.
Habrá quien me considere insensible, grosero o zafio.
Pero esos no entienden
el amor, ni la música, ni me entienden a mí.
Los ojos emocionados de una joven tienen algo poderosamente
cautivador. Pueden arrancarle todo tipo de tonterías a un joven estúpido, y yo
no fui la excepción a la regla.
Hablar es un arte. Hay quienes pueden decir muchas cosas con una
sola cosa.
Pero en la mayoría de las cosas, en las cosas importantes, lo
delicado es mejor. Lo pequeño es mejor.
Existe una belleza que pertenece a los objetos sencillos y
funcionales.
Todas las culturas son diferentes, pero hay una cosa que no varía:
la manera más segura de ofender a tu anfitrión es rechazar su hospitalidad.
Los silencios expresan tanto como las palabras. Existe una pausa
preñada. Una pausa educada. Una pausa confusa. Hay una pausa que insinúa, una
pausa que pide disculpas, una pausa añade énfasis.
Obedecer ciegamente la leyes es ser un esclavo.
– El amor es la voluntad de hacer cualquier cosa por alguien – dije.
– Incluso en detrimento propio.
Pero solo un necio puede afirmar que no existe el amor. Cuando ves a
dos jóvenes mirándose fijamente con los ojos lagrimosos, allí está. Tan denso
que podrías untarlo en pan y comértelo. Cuando ves a una madre con su hijo en
brazos, ves el amor. Cuando lo notas agitarse en tu vientre, sabes qué es.
Aunque no puedas expresarlo con palabras.
Es el vicio de mirar atrás. Puedes pasarte la vida mirando hacia
atrás, pero no sirve de nada.
La clave es el éxito. – dijo. – No siempre es necesaria la victoria
para el éxito.
No hay hombre valiente que nunca haya caminado cien kilómetros. Si
quieres saber quién eres, camina hasta que no haya nadie que sepa tu nombre.
Viajar nos pone en nuestro sitio, nos enseña más que ningún maestro, es amargo
como una medicina, cruel como un espejo. Un largo tramo de camino te enseñará
más sobre ti mismo que cien años de silenciosa introspección.
A veces, la mejor ayuda para una persona es que ayude a otra.
¿Qué gracias tiene contar una historia si nadie te escucha?
Creo que todos tenemos una pregunta que nos dirige. Una pregunta que
nos mantiene despiertos por la noche. Una pregunta a la que damos vueltas como
un perro que juguetea con un hueso. Si entiendes la pregunta de un hombre,
estás más cerca de entender al hombre en sí.
Las preguntas me interesan casi tanto como las respuestas.
Dar forma a un objeto con las manos produce una extraña
satisfacción.
– El dinero no está mal – dijo; le brillaban los ojos. – Pero el
mundo está lleno de cosas que la gente no vendería nunca. Los favores y la
obligación valen muchísimo más.
– Para nombrar una cosa debe comprenderla por entero. Una piedra o
una ráfaga de viento ya son bastantes difíciles. Una persona… - dejó la frase
en el aire.
No hay historia que pueda recorrer más de mil kilómetros de boca
oreja y guardar su forma original.
Una cosa es saber disfrutar con una buena
historia, pero creértela es otra muy distinta